OBITUARIO: 'IN MEMÓRIAM'

El magisterio de Sergio Beser

MONTSERRAT AMORES 30/01/2010

Declaraba en privado y en público que si pudiera llevarse a algún personaje literario a una isla desierta, se iría con Fortunata. No pensaba para estos menesteres en Ana Ozores, quizá porque la conocía tan bien que intuía que iba a resultar un matrimonio aburrido. Sergio Beser (Morella, 1934) murió el pasado 22 de enero en su casa de Sant Cugat del Vallès. Su castigado corazón se paró discretamente, haciendo honor a su dueño, mientras leía. Fue hombre íntegro, cordial, gran conversador y magnífico profesor. Sus restos descansan en Morella, por la que sentía amor incondicional (como la afición que profesaba por el Barça).

Estudió Filología Románica en la Universidad de Barcelona en esos tiempos en los que, contaba, la literatura que se enseñaba, y muy bien, era la medieval, aunque él la buscaba en las tertulias de los cafés, donde se discutía sobre literatura contemporánea. Y es que fue un hombre del presente, concienciado en las difíciles circunstancias de las que le gustaba muy poco hablar (pasaba de puntillas por esos años de lucha contra el franquismo diciendo que acabó la carrera dos veces: "La primera gracias al doctor Riquer; la segunda, por el ministro Torcuato Fernández Miranda, que me mandó un año a casa").

Su larga carrera docente se inició en la Universidad de Barcelona y le siguieron estancias en universidades anglosajonas (Durham, Sheffield y Brown) como profesor de literatura española y catalana. En 1970 empezó en la Universidad Autónoma de Barcelona su carrera académica, en la que impartió clases durante más de 30 años y que compaginó con estancias en las universidades de Ohio y de Harvard.

Se ganó muy pronto el prestigio y el respeto en el mundo del hispanismo como uno de los mejores especialistas en la literatura española del siglo XIX. Sin duda, su aportación más destacada se debe al rescate de Leopoldo Alas, a quien se sentía unido por una "cordial simpatía". A él dedicó su tesis doctoral, origen de Leopoldo Alas, crítico literario (Gredos, 1968), monografía imprescindible.

No tardó en ocuparse de La Regenta y la narrativa breve del escritor. En la introducción que abre el volumen Clarín y La Regenta (Ariel, 1982) ofrecía un completo estudio crítico sobre la novela de Alas, y en revistas especializadas descubrió el lugar que las novelas inconclusas tenían en su obra. En los últimos años no se cansó de reivindicar la modernidad de Superchería.

Pero no fue sólo Clarín su preferido. Tenía debilidad por Galdós, el Galdós novelista y el autor de los Episodios Nacionales. Lector ávido, recuperó novelas como Vida de Pedro Saputo de Braulio Foz y llamó la atención sobre narradores olvidados como Antonio Ros de Olano y José Fernández Bremón. Sus conocimientos sobre literatura del XIX quedan traducidos en sus estudios sobre las relaciones de las literaturas castellana y catalana, con atención a Narcís Oller. También dedicó sabrosas páginas a autores como Joan Oliver, con quien compartió tertulia y trabajo en la antigua editorial Montaner y Simón.

Sus intereses no acababan en la literatura española del XIX. Las tertulias con Beser eran breves lecciones sobre Dickens, Balzac, Tólstoi o Chéjov. Su verdadera vocación era la de lector vehemente y perspicaz que compartía con amigos y estudiantes sus inquietudes, con el único propósito de "hacer lectores y entusiasmar en la lectura. En eso consiste la literatura y la enseñanza de la literatura", confesaba.

Le gustaba decir que su trabajo era más fácil que el de los novelistas porque él vivía no de escribir novelas, sino de contarlas. Y es que enseñó a varias generaciones una tarea aparentemente sencilla pero en verdad compleja: nos enseñó a leer novelas y despertó nuestro interés por aspectos no transitados en los estudios literarios.

Los de cierta edad le recordaremos intentando limpiar con la mano la ceniza que había caído en sus apuntes de clase, en aquellos tiempos en los que se fumaba en aulas y pasillos (en el despacho aún conservamos el letrero de "Aquí se permite fumar", que colgó cuando dejó los cigarrillos porque su corazón ya no se lo permitía). Nos enseñó algo tan importante para sobrevivir como pensar que podíamos llevarnos a Fortunata a una isla desierta, y la convicción de que la literatura no ofrece sólo enriquecimiento personal, sino que es también compromiso colectivo. Su obra y magisterio son su mayor legado.

Montserrat Amores es profesora titular de la UAB.  (El País, 30/1/10)

Teresa Barjau (Fotografia)

OBITUARIO

Experto en Clarín

JOSÉ-CARLOS MAINER 30/01/2010

El pasado 22 de enero falleció Sergio Beser, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona y uno de los mejores conocedores de las letras del XIX y de la obra de Leopoldo Alas, Clarín. Cuesta mucho escribir estas pocas palabras cuando se es consciente de lo mucho que cada una significa. De la desastrada Universidad barcelonesa de los años cincuenta salieron unas promociones que vivieron con pareja intensidad la política y el estudio. Y buena parte de sus componentes trabajaron fuera de España: Sergio Beser lo hizo en Sheffield y, al final, en Brown University. Regresó a finales de los sesenta, cuando ya era autor de un libro capital, Leopoldo Alas, crítico literario (1968), y se incorporó al equipo inicial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona.

La Autónoma fue una experiencia singular y fecunda donde convivieron la inteligencia y el esnobismo, la imaginación, el rigor y la generosidad. Tras su sonrisa socarrona y con aquella voz suya casi susurrada, Sergio Beser aportó muchísimo a aquel espíritu. Algunos le reprochábamos que escribía poco... Era una cuestión de perfeccionismo intelectual y también una forma personal de relación con la literatura; prefería leerla directamente -asombrosamente omnívoro- y reservar sus juicios para una clase, para conversar con un colega o para esbozar una opinión que siempre era certera y nunca pretendía imponer. Le gustaba más el estadio favorable y cálido de la reflexión que organizarla sobre el papel. Cuando lo hacía, el resultado era admirable: no hay mejor introducción al conocimiento de la narrativa española de la Restauración que su antología Leopoldo Alas: teoría y práctica de la novela, ni mejor presentación de El árbol de la ciencia, de Baroja, que la que escribió para las breves guías de Editorial Laia. Fue un profesor que creó vocaciones y un amigo incondicional. Dio siempre más afecto del que aceptaba porque tenía un fondo estoico y campesino impenetrable: era su naturaleza íntima, pero creo que también su línea de defensa.

José-Carlos Mainer es catedrático de Literatura Española y escritor. (El País, 30/1/10)

Debora Tenenbaum (Fotografia)

 


Un sabio de Morella

 

SERGIO BESER ORTÍ (1934-2010)

Profesor emérito del departamento de Filología Española de la UAB

 

Sergio Beser Ortí es tal vez el representante por excelencia de una generación de estudiantes de la facultad de Filosofía y Letras de la década de los cincuenta en los que se unía el afán investigador, la pasión por la lectura, la celebración de la vida y de la amistad y el activo rechazo del franquismo. Como Joaquim Marco o Gabriel Oliver, fueron compañeros de aventuras y también maestros de quienes, recién llegados a la universidad, tratábamos de combinar la aridez de los estudios con la lectura de autores contemporáneos.

Sergio nos descubrió Morella, la ciudad donde nació en 1934 y a la que se sintió siempre unido; la importancia de La Regenta, no sólo por su valor literario sino como introducción al siglo XIX &endash;del que ha sido uno de los grandes investigadores&endash;; y, algo más nuevo, el acercamiento científico a la crítica, un interés que empezó a desarrollar sobre todo durante sus años como profesor en la Universidad de Sheffield.

Crecido a la sombra de Martín de Riquer, compartía con él la capacidad de despertar entusiasmo, el don de la comunicación, el humor y el respeto sin paternalismo por los estudiantes. Susurraba más que hablaba. Era tal su pasión por los libros que, una noche de muchas copas y sin embargo inolvidable, me tuvo despierto en mi casa de El Masnou descubriendo todo lo que de absurdo encerraban las definiciones del Casares, y todavía nos quedó energía &endash;su energía contagiosa&endash; para unirnos con un grupo de amigos en la playa a cantar, desafiantes y desafinantes, Al vent, entonces nuestro himno al inconformismo. En Inglaterra sustituimos el vino por las pintas de cerveza que compartíamos con sus compañeros del departamento de Español, con Frank Pierce a la cabeza. Otra ciencia. Beser fue sin duda un sabio, como lo testimonian sus estudios sobre Leopoldo Alas, Benito Pérez Galdós, Pedro Antonio de Alarcón, el cuento y la literatura fantástica del siglo XIX, Pío Baroja o Rafael Sánchez Ferlosio.

Fue un excelente profesor, admirado y querido por sus estudiantes, tanto de Sheffield como de la Universitat Autònoma de Barcelona, de donde era, al morir, profesor emérito. Lo pueden atestiguar sus muchos discípulos. Y tuvo, como tantos de su generación y de las que compartieron el patio de Letras de la segunda mitad de la década del cincuenta, el don de la extravagancia. Fueron todas estas las cualidades por las que el Serge Baiser de mis escritos, acabó por convertirse, con su amigo Enric Fuster, en personaje de Los Mares del Sur, una de las mejores novelas de nuestro común amigo y compañero de aulas Manuel Vázquez Montalbán.

Sergio falleció, genio y figura, con un periódico en la mano. Sabíamos que nuestro amigo el pelirrojo siempre activo había sido derrotado precisamente por su corazón. Ya no se verían más en su Alt Maestrat, le dijo hace poco a Fuster. Le faltaban las fuerzas. Y sin embargo, con nosotros sigue estando el descubridor de la vida en las callejuelas de Barcelona, el experto en Clarín y en pubs ingleses, el entrañable amigo de Morella.

 

JUAN ANTONIO MASOLIVER RÓDENAS    (La Vanguardia, 26/1/10)

 

Sonia Hernández (Fotografia)

 

 

PALOS DE CIEGO

 

"VERBA MANENT"

 

Digo yo que alguna vez habré citado aquí ese pasaje memorable del Fedro en que, por boca del rey Tanos, Platón lamenta la aparición de la escritura, una invención peligrosa porque "implantará el olvido en las almas de los hombres", quienes "dejarán de ejercer la memoria porque contarán con lo que está escrito": por eso, para Platón la escritura no proveerá a los hombres de sabiduría sino de falsa sabiduría, lo que conducirá al fin de la auténtica cultura. Platón, claro está, sólo se equivocaba en parte, y no únicamente porque el inicio de la escritura fue el inicio de la decadencia de la memoria, sino porque quizá la verdadera sabiduría no pueda transmitirse más que de viva voz, en el ir y venir de palabras que vuelan entre maestro y discípulo. Palabras que vuelan: Alberto Manguel observa que la expresión verba volant, scripta manent -que para nosotros significa "las palabras se las lleva el viento, lo escrito permanece"- significó en la antigüedad lo contrario, porque "se acuñó en alabanza de la palabra dicha en voz alta, que tiene alas y puede volar, comparándola con la palabra silenciosa sobre la página, inmóvil, muerta".

 

LA SUPERIORIDAD DE LO DICHO SOBRE LO ESCRITO: quienes conocimos a Sergio Beser entendemos todo eso muy bien. A la mayoría de ustedes el nombre de Beser no les sonará. Es natural: los sabios de verdad no suelen salir en los periódicos; de eso nos encargamos los demás, siempre soltando cintas de colores por la boca. Pero quizá exagero. Quizá algunos recuerden que Beser fue un profesor que casi medio siglo atrás contribuyó como pocos a arrancar del olvido la más lograda novela española del XIX, La Regenta, y a su autor, Leopoldo Alas; otros quizá lo tengan por quien mejor conocía en España la literatura del XIX. Nada de ello es falso; nada de ello basta para aquilatar a Beser. Cuando murió a principios de año, recién cumplidos los 75, algunos de sus discípulos rumiábamos la mejor forma de presentar un volumen de sus escritos no publicados en libro; abarca más de 600 páginas, lo que no está mal para una persona a quien nosotros juzgábamos perfectamente ágrafa. La explicación de ese juicio es sencilla: en una época en que la gente escribe infinitamente más de lo que sabe, Beser sabía infinitamente más de lo que escribía. Puedo dar fe de ello después de haber escrito mi tesis doctoral a cuatro manos con él; a cuatro manos porque fui yo quien la parió, pero fue él quien ejerció de comadrona en tardes peripatéticas de whiskys y cafés por los bares de Sant Cugat del Valles, mientras hablábamos de novelas policíacas, de relatos fantásticos y de películas de vaqueros. La verdad es que Beser sólo sabía hablar de libros como si hubiera asistido a su parto, y tal vez por eso yo siempre interpreté su rechazo a publicar como una forma aristocrática de protesta contra la literatura concebida como ocasión de carrera académica y no como pasión sin condiciones y como forma radical de vida, que era como él la concebía. Aristocrático: qué extraña palabra aplicada a Beser, que era un antiseñorito acabado. También era eso que suele llamarse un personaje, y la prueba es que, de forma un poco redundante, como tal apareció en varias novelas, alguna de ellas firmada por este servidor; la mejor es Los mares del sur, de su amigo Vázquez Montalbán, donde es descrito como "un Mefistófeles pelirrojo con acento valenciano". La caracterización es exacta: como todas las personas profundamente bondadosas, Beser siempre ponía cara de malo, para asustar a la gente; por supuesto, no asustaba a nadie (o sólo asustaba a los malos), pero a él le gustaba pensar que daba un miedo terrible. Durante muchos años fue un fiel compañero de viaje de los comunistas, aunque nunca entró en el partido, quizá porque su espíritu anarquizante era incompatible con la disciplina de la militancia, o porque nuca supo dejar de ser un liberal, en el noble, decimonónico y ya casi olvidado sentido de esa palabra; hasta el día de su muerte fue, eso sí, un rojo de pies a cabeza: la derrota en la guerra marcó su vida, pero no había en él el más mínimo asomo de rencor ni el más mínimo anhelo de revancha. Sólo su amor a la vida superaba a su elegancia moral, suponiendo (y ya es suponer) que ambas sean cosas distintas. Se enorgullecía de haber conocido a su padre en la cárcel. Se enorgullecía de ser de Morella. Se enorgullecía de ser un hincha peligroso del Barça. Se enorgullecía de los amigos que tenía y de los enemigos que no tenía. Harto consuelo nos deja su memoria.

 

MURIÓ EL 22 DE ENERO EN SANT CUGAT, donde vivía solo. Ese día la asistenta se lo encontró sin vida en su sillón, delante de un té tibio, con un libro en el regazo. Alguien dijo luego que, como la del verso de Petrarca, la suya fue una bella muerte, de esas que honran toda una vida. No lo fue, entre otras cosas porque Beser no necesitaba honrar a última hora una vida ya de por sí honorable; fue sin embargo la mejor muerte posible, porque murió como había vivido: leyendo palabras inmóviles sobre una página silenciosa, palabras que permanecen. Pero no son las únicas, maestro: las otras, las que tienen alas y pueden volar, también permanecen, no se las lleva el viento. Al menos mientras nosotros las podamos sujetar.

Javier Cercas (El País Semanal, Mayo 2010)